Por Yulendys Jorge

Fotos: cortesía del entrevistado

Su nombre impone autoridad intelectual, prestigio y admiración. Es uno de los historiadores dominicanos más leídos y reconocidos en el ámbito internacional, y el más prolífico, con una amplia bibliografía publicada, en la que destacan temas sobre geografía y medioambiente. No obstante, se cuida en extremo del destello de las luces de su inevitable fama; su refugio son sus investigaciones, el estudio, la lectura y el trabajo. Rehúye del postureo y de las redes sociales, pero es que tampoco los necesita.

Frank Moya Pons es un nombre que pesa, prestigio que se ha labrado a base de trabajo tesonero y constante; podríamos decir que es imparable. Siempre tiene un proyecto en agenda, amén de las múltiples invitaciones como conferencista que suele atender de universidades e instituciones en el país y en el extranjero.

La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) lo honró al denominar su Cátedra de Estudios Caribeños con su nombre, un espacio ideado para propiciar un espacio para la generación de conocimientos y análisis de temas vinculados a las realidades insulares históricas y contemporáneas de nuestra región.

Lejos de ser un intelectual distante, a pesar de su dimensión, es un caballero de trato cálido y afable. No es muy dado a dar entrevistas, por lo que tenerle en Fucsia.do es todo un privilegio que nos honra y de seguro sorprende gratamente a nuestros fieles lectores.

El historiador Moya Pons junto a Luna.

Fucsia: De los historiadores más destacados de República Dominicana, usted ha sido el que más ha estado relacionado e interesado por la naturaleza. ¿Cómo surge ese interés tan marcado?

Frank Moya Pons: Creo que nací con él, pues desde niño me interesé en saber cómo funcionaba el mundo que me rodeaba. Además, mi padre tenía una finca muy cercana al río Camú, en donde pasé largas temporadas y hasta llegué a residir en ella por casi un año. Al río iba a nadar y bañarme casi todos los días. Para llegar al balneario había que caminar por unos callejones rurales llenos de vegetación, culebritas verdes y mucha fauna pequeña, además de aves de todo tipo, que me llamaban mucho la atención.

Más tarde, ya adolescente, los muchachos acostumbrábamos a hacer largas excursiones por las montañas que circundan el pueblo de La Vega por el lado sur. Aquellas eran muy largas caminatas por las zonas de Guaigüí, Guarey, buscando la cabezada del río Camú, la cual no era posible alcanzar por esa vía. A ese punto llegué por otro camino muchos años más tarde.

F: Su veneración por el patrimonio natural dominicano no se ha limitado a la investigación, pues ha formado y forma parte de proyectos que buscan proteger, en unos casos, y rescatar en otros, áreas afectadas por la deforestación, como el Plan Sierra. ¿Podría resumirnos de qué manera ha impactado este plan en la principal cordillera del país y cómo se ha logrado?

FMP: El Plan Sierra lleva ya casi cuarenta años de actividades y aunque no ha logrado revertir enteramente el daño recibido por los territorios que perdieron sus bosques hace mucho tiempo, sí ha logrado detener la deforestación en la zona bajo su influencia o manejo. Además, el Plan Sierra ha sido el protagonista principal en la creación de una conciencia ambiental en la región circundante a San José de las Matas.

Hablo de las comunidades de Jánico, Los Montones, Las Placetas, El Rubio, Monción, entre otras. Sus programas de reforestación hoy son un modelo de restauración de bosques y rescate de cuencas hidrológicas. Una de las lecciones más evidentes que se pueden extraer de su actividad es que la reforestación, para que sea efectiva y tenga impacto a largo plazo, debe ser realizada con millones de árboles.

F: Por sus investigaciones y por haber sido el primer ministro de Medioambiente del país, ¿podría decirnos cuál es el mayor problema que enfrentamos o qué no hacemos como nación para proteger nuestros recursos naturales?

FMP: Creo que el mayor problema es la falta de conciencia y la falta de educación ambiental, en todos los niveles de la población. Esta situación ha ido cambiando poco a poco, pero todavía queda mucho por delante. Hace falta mucha, mucha educación ambiental.

F: ¿Cómo ha evolucionado el paisaje dominicano? Eso lo argumenta en su libro Geografía histórica dominicana. ¿Podría destacarnos los más importantes para nuestros lectores?

FMP: El paisaje dominicano ha variado enormemente desde la llegada de Colón hasta nuestros días. El tema es muy amplio, pero podemos decir que lo más evidente ha sido la transformación de espacios, antes vírgenes, en zonas de cultivo o de crianza de ganado con especies de plantas que no existían en la isla antes de la llegada de los europeos. Por ejemplo, donde antes hubo bosques, hoy hay cañaverales, arrozales, cafetales, cacaotales, cocales, plantaciones de palma africana, platanales y otros conucos, además de pastizales para el ganado. La tala de bosques maderables y la extensión de amplias zonas de montañas deforestadas son evidentes.

El desarrollo urbano también ha impactado el paisaje, lo mismo que la instalación de largas redes de transmisión eléctrica. Basta ver una foto de satélite para darse uno cuenta de cuánto espacio, antiguamente rural, ha sido capturado por el cemento y el asfalto de las ciudades. Por su parte, la minería también ha venido creando visibles cicatrices en el paisaje dominicano.

F: ¿Entiende usted que los dominicanos somos conscientes de la importancia del patrimonio natural? ¿Cómo considera usted que pudiera crearse conciencia a través del sistema educativo nacional sobre la importancia de la preservación del medio ambiente?

FMP: Poco a poco los dominicanos van adquiriendo conciencia de la importancia de proteger y defender el patrimonio natural, pero falta muchísimo por lograr en ese sentido. El sistema educativo es una de las vías, ciertamente, que pueden y deben utilizarse para implantar en la mente de los dominicanos la noción de que si dañamos la naturaleza, ese daño nos lo infligimos a nosotros mismos, pues el ambiente será entonces cada vez más hostil a la vida humana.

F: ¿Cuál es el mayor reto que tiene el país, en relación con el medioambiente?

FMP: Educación, educación, educación.

F: ¿Cómo nos comparamos en ese sentido con los demás países caribeños, antillanos?

FMP: Es difícil comparar. Somos muchas islas. En unas el ambiente natural está más protegido que en otras. Tome usted Barbados, por ejemplo. Allí casi no queda nada de la vegetación original. Dominica y varias zonas de Martinica son casos distintos. Allí quedan grandes bosques bien protegidos que generan mucha agua y su situación es mejor. Cuba ofrece un panorama mixto, pero es más parecido a Barbados, pues Cuba fue una inmensa economía azucarera que taló más de las tres cuartas partes de sus bosques para sembrar caña, criar ganado, o producir tabaco. Haití todavía posee algunos bosques en lugares remotos, pero no se compara bien con la conservación de los bosques en la parte dominicana de la isla. Aquí cerca del 30 % del territorio goza hoy de algún estatuto de protección.

F: Ya no se puede hablar de frenar el cambio climático, lo tenemos encima. ¿Qué puede hacer un país pequeño como el nuestro para reducir el impacto y preparar a las nuevas generaciones?

FMP: Bueno, los lineamientos sobre lo que los países pequeños pueden ejecutar hace mucho tiempo están contenidos en los acuerdos que se pactan mundialmente en las llamadas “Conferencias de las Partes”, esto es la COP, que son reuniones ministeriales mundiales en las que se discute el estado de la cuestión y se muestran los resultados de los esfuerzos que se hacen para reducir los efectos de los gases de invernadero y enfrentar el cambio climático.

La República Dominicana ha estado cumpliendo fielmente con esos compromisos durante los últimos veinte años, pero por el tamaño de su economía y la pequeñez del país es poco el impacto que puede tener a escala global. Mientras tanto, lo mejor que puede hacer el país es seguir cumpliendo con los compromisos adquiridos. Uno de ellos es el acuerdo en París en 2015, que recoge los planteamientos del célebre Protocolo de Kioto, firmado en esa ciudad japonesa en 2005, el cual fue enmendado en Doha, Catar, en 2012, y revisado en París en la fecha mencionada.

F: Hay una queja generalizada sobre la degradación de valores en el país, ¿lo ve así? ¿Cómo entiende usted que ha influido el auge de la tecnología, y en especial de las redes sociales, en la proyección de las nuevas generaciones?

FMP: La República Dominicana marcha al ritmo de las demás sociedades occidentales, tanto en tecnología como en la transformación de los valores sociales y no puede escapar a los procesos de modernización que tienen lugar en esta región del planeta. Ya este país vivió procesos similares cuando llegaron la radio, el cine y, posteriormente, la televisión, entre otras muchas cosas nuevas. El impacto de esas tecnologías en la educación de los pueblos fue enorme. Hoy somos el producto de aquellas transformaciones que, en su tiempo, fueron revolucionarias. Hoy estamos viviendo en el vórtice del remolino de una nueva revolución tecnológica. Nadie puede escapar de la internet y las redes sociales, de las computadoras, de los sistemas de comunicación instantáneos, de la inteligencia artificial, etcétera.

F: ¿Tiene algún tema pendiente del que le gustaría escribir o del que haya escrito poco?

FMP: Digo a veces que me gustaría escribir una novela con lo que no alcanzo a escribir como historia. Pero sé que nunca la escribiré. Con lo que tengo en proceso en este momento me basta para los próximos años.

F: ¿En qué medida le duele este país a Moya Pons el ciudadano, el historiador?

FMP: Me duele. La patria duele mucho.

 

Breve biografía

FRANK MOYA PONS

Historiador y educador, Frank Moya Pons nació en La Vega, República Dominicana, en 1944. Se le considera uno de los historiadores dominicanos contemporáneos más difundidos. Estudió Historia de América Latina e Historia de Europa, por la Georgetown University, y obtuvo un doctorado en Historia de América Latina, Desarrollo Económico y Métodos Cuantitativos en Columbia University, en Nueva York (1969).

Ha publicado 34 libros de historia dominicana y del Caribe, y editado más de 30 obras acerca del desarrollo económico dominicano. Artículos y capítulos de libros académicos suyos han visto la luz en anuarios, periódicos y revistas especializadas.

Algunos de sus volúmenes incluyen: La Española en el siglo XVI 1493-1520 (1971), La dominación haitiana 1822-1844 (1973), Anual de historia dominicana (1977), El arte taíno (1985), El choque del descubrimiento (1992), Bibliografía del derecho dominicano (1999), Breve historia contemporánea de la República Dominicana (1999), Historia del Caribe (2007), Bibliografía de la historia dominicana 1730-2010 (2013), entre otros. Su más reciente obra, La explicación histórica, se puso en circulación el 9 de agosto de 2021 por la Academia Dominicana de la Historia, de la que es miembro de número.

Ha dictado más de 180 conferencias académicas en universidades y centros de investigación en Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia. Ha sido docente en las universidades Columbia y Florida, en Estados Unidos, y ha sido director de Investigación de Estudios Dominicanos en el City College of New York. Ha impartido cátedras en diversas universidades en el país y el extranjero. Ha realizado una intensa labor como columnista y articulista de los principales periódicos y revistas nacionales.

Moya Pons fue director ejecutivo del Fondo para el Avance las Ciencias Sociales (1975-88); director del Museo de las Casas Reales (1982-1986); presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos (1979-1988); secretario ejecutivo de Forum, Inc. (1981-1988); secretario de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales (2000-2004); y presidente de la Academia Dominicana de la Historia (2010-2013), entre otras funciones ejecutivas. En la actualidad es miembro del Comité Ejecutivo del Plan Sierra y secretario de la Junta de Directores de la Fundación Patronato Cueva de las Maravillas, Inc., junto con variadas posiciones directivas y de asesoría en diversos organismos.

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