
Por Amalia Bobea, arquitecta. @abjardininterior
Por Amalia Bobea
Fotos: fuente externa
Un jardín se considera terapéutico cuando su creación parte del objetivo de contribuir con el proceso de sanación de las personas. Este tipo de jardín, que está siendo muy estudiado y valorado, no es una tendencia reciente, pues existen evidencias de que se cultivaba desde la antigüedad.
La sanación que las personas pueden experimentar en los jardines terapéuticos no solo es física, sino interior, por sus beneficios espirituales, emocionales y psicológicos, en adición al provecho que se deriva de establecer contacto con elementos de la naturaleza, una necesidad de todo ser humano.
Cuando estos espacios se crean para la realización de terapias físicas del sistema locomotor, estamos hablando de un jardín de rehabilitación. Suelen ser al aire libre, aunque se pueden delimitar y controlar.
Su importancia radica en que permiten realizar distintas terapias de rehabilitación, de manera que el paciente que cuente con una discapacidad motora encuentre en este espacio desafíos que le faciliten la reintegración a la vida cotidiana, es decir, que le sirva como una transición entre las terapias que se ofrecen en un centro de rehabilitación y las distintas situaciones que pudiera encontrar en el día a día.
Variados ambientes
Para esto, el jardín terapéutico deberá contar con distintos ambientes donde ponerse en movimiento: senderos, rampas, escaleras, lugares para sentarse, áreas soleadas y sombreadas, distintos tipos de pavimentos y texturas, áreas con césped y con plantas, en aras de que su experiencia sea rica y variada.
La creación de todos estos espacios tiene la finalidad de contribuir a una mejor motricidad, coordinación y equilibrio, beneficios que no se limitan al aspecto físico, sino que también conllevan a que el paciente pueda socializar, se sienta empoderado, contribuya a reducir la ansiedad y elevar su autoestima.
Como vemos, al crear un jardín podemos impactar de muchas formas a las personas, no solo a las que presentan una discapacidad, sino a las que se encuentran en proceso de recuperar la salud en cualquier orden.
De igual modo, un jardín puede contribuir al aprendizaje de niños y a cultivar la atención plena en adultos: recordemos, por ejemplo, los jardines de contemplación zen. Tener acceso a un jardín también puede alegrar los días de las personas envejecientes. Ojalá que nuestras ciudades se llenen de jardines para cultivar nuestro espíritu, llenarnos de alegría, propiciarnos salud y vida.